Perdonaran ustedes el ripio que encabeza este artículo, pero peores frases se han oído en el estruendo de consignas y clamores que no han permitido el debate sosegado en torno a eje fundamental de la reforma educativa: el Servicio Profesional Docente. De un lado y de otro pareciera que lo que se pretende es dar un golpe político, no conseguir un mejor arreglo institucional para la educación y para los maestros. El reto de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, con su maximalismo irreductible, ha llevado a que del lado de los promotores de la reforma lo único que se quiera es aprobar ya la ley y se le presenta como si fuera un ordenamiento pulcramente diseñado al que nada hay que cuestionar, so pena de ser ubicado como cómplice de los rebeldes. Mientras, del lado de la CNTE no hay argumento que valga para mover sus posiciones y les permita encontrar avances e incluso triunfos históricos en la creación de un servicio profesional cuyo resultado más importante sería liberar a los maestros del control corporativo y clientelista al que han estado sometidos desde hace décadas. Un servicio profesional bien diseñado, con incentivos claros y mecanismos de promoción basados en el mérito le otorgaría a los profesores la autonomía respecto al caciquismo de la cúpula sindical por la que lucharon los profesores del Movimiento Revolucionario del Magisterio liderado por Othón Salazar en los tiempos de plomo del régimen autoritario o por la que dieron la vida muchas otras víctimas de líderes atrabiliarios como Jesús Robles Martínez, Carlos Jonjitud Barrios o Elba Esther Gordillo. La CNTE, sin embargo, ha arriado sus banderas originarias de transformación democrática de la vida sindical para convertirse en una coalición defensora del arreglo establecido en el sistema educativo por el régimen autoritario a partir de 1943, cuando se forzó la unificación de todos las agrupaciones sindicales del magisterio en una sola fuerza leal al grupo gobernante. A los dirigentes de la CNTE —o al menos a la mayoría de ellos— se les ha olvidado que el adversario es el sindicato corporativo. Por el contrario, en la medida en la que fueron ganado el control de las secciones sindicales en diferentes regiones del país, comenzaron a utilizar los mecanismos tradicionales desarrollados por el sindicalismo oficial para garantizar el apoyo clientelista de las bases y en lugar de representar una opción democrática que enarbolara la causa de la autonomía de los maestros, han reproducido los mismos vicios del sindicalismo vertical desarrollado por el PRI, sólo que envueltos en un lenguaje distinto, extremadamente radical pero contradictorio, pues mientras lanzan soflamas incendiarias, su objetivo principal es obtener y controlar una parcela de rentas del Estado en calidad de plazas vitalicias obtenidas de manera automática. Por más revolucionarios que se pretendan, los dirigentes del CNTE se han convertido en los principales defensores del statu quo con el que el régimen de la época clásica del PRI sometió a los profesores, los degradó en la consideración social y los llevó a vivir en situaciones de precariedad económica y marginalidad. Muchos profesores de México viven en condiciones muy difíciles, en regiones remotas y en situaciones laborales deplorables. Sin duda, merecerían un sindicato que defendiera sus intereses laborales de manera efectiva y que buscara su mejora económica y un mayor reconocimiento social. El Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación no ha cumplido históricamente esa función y ha operado más como un instrumento de control político, mientras ha usado a los maestros como base para negociar las posiciones y las prebendas de sus dirigentes. Elba Esther Gordillo llevó al extremo la capacidad del sindicato para usar a los maestros como su base política personal, al grado de que con ellos construyó un partido político con el cual poder chantajear al gobierno. Felipe Calderón mordió el anzuelo y dejó intacto el sistema de gobernación de la educación basado en el control sindical a cambio del regateado apoyo político de Nueva Alianza, engendro construido con base en la manipulación clientelista de buena parte del magisterio. Lamentablemente no ha surgido entre los maestros mexicanos una opción organizativa que realmente se proponga la construcción de una nueva relación con el Estado basada en la democracia, la pluralidad y la autonomía de los docentes. La CNTE, a pesar de su disposición a adoptar estrategias insurreccionales, no ha construido una auténtica alternativa al modelo corporativo que ha predominado durante setenta años. La reforma en curso, sobre todo la creación de un servicio profesional docente que genere un sistema de incentivos académicos y profesionales y erradique toda discrecionalidad burocrática y sindical en el ingreso, la promoción, el reconocimiento y la permanencia de los maestros debe servir como ariete para destruir la articulación política autoritaria en el sistema educativo. De lo que se trata es de quitarle el control de la carrera de los maestros a las dirigencias sindicales y devolvérselas a sus auténticos titulares, de manera que sea el esfuerzo y la creatividad lo que se premie y no la lealtad sindical. También debe la reforma eliminar la discrecionalidad burocrática en el otorgamiento de las plazas y establecer reglas claras que eliminen el clientelismo y el favoritismo político. La reforma debe servir para beneficiar a los maestros, no para amenazarlos o señalarlos como culpables de una situación en la que ellos mismos son tan víctimas como los niños educados por maestros mal preparados y mal pagados. Lo peor de la circunstancia actual es que la irrupción de la CNTE, en lugar de favorecer la deliberación sosegada de un proyecto complejo, está sirviendo como presión para que el gobierno, el PRI y al menos parte del PAN, busquen sacar la legislación cuanto antes, pues consideran que cualquier dilación juega a favor de los inconformes. Algunos actores de la sociedad civil involucrados en el debate creen también que cualquier reforma es mejor que ninguna y apoyan que se legisle contra la pared. Sin embargo, todavía queda una oportunidad para mejorar un proyecto deficiente que por apresurado puede dar al traste con la reforma más importante para la educación. El clima de crispación, por lo demás, puede conducir no sólo a que se apruebe una ley mal hecha, sino a que se quiera resolver el conflicto con la violencia. Los radicales de ambos bandos quieren llevar las cosas al límite. La sensatez obliga a buscar una nueva salida rápida: una nueva propuesta —apoyada por una amplia coalición política y civil— que mejore sustancialmente la iniciativa del ejecutivo y que al menos sirva para desactivar las posiciones maximalistas. Si el servicio profesional docente nace contrahecho y manchado de sangre, la reforma educativa en su conjunto habrá fracasado.
Fuente: Sin Embargo