El INE es una institución muy valorada por los mexicanos. La pregunta en estos días, cuando se busca su reforma, es si ese aprecio, con el que pocas instituciones en el país cuentan, puede blindarlo para evitar daños mayores.

El presidente ha golpeado parejo tanto a órganos autónomos como a otros poderes del Estado, y los mexicanos hemos guardado silencio. Como si dentro de nosotros asintiéramos al diagnóstico que hace el presidente. En este sentido, me ha llamado particularmente la atención el embate contra jueces. Hace algunas semanas, en este mismo espacio, hice un brevísimo recuento de las veces en que el presidente se ha referido a ellos, incluso con nombre y apellido, de manera grosera, soberbia e intimidante; buscando pleito entre ciudadanos y juzgadores, buscando dañar irremediablemente su reputación.

En el Poder Judicial, los jueces gozan de baja confianza ciudadana. Quizá por eso el presidente se da vuelo, sin consecuencias. Como lo ha hecho con otras instituciones en las que ha metido mano, hasta capturarlas fácilmente. Lo que ha hecho con los órganos reguladores en el sector de la energía, por ejemplo, es grave, porque acabó con la neutralidad que deben mantener para ser árbitros confiables de mercados muy complejos. Los capturó para imponer su visión sobre el sector, sin importarle los derechos de otros participantes y sin importarle el daño que le ocasionó a la certeza jurídica. Lo hizo con destreza narrativa, presentándose como justiciero, cuando su papel en realidad es el de alguien que puede estar dañando profundamente el desarrollo del país.

Algo parecido se propone con la reforma electoral. Aquí el ‘mercado’ a intervenir es el de nuestras voluntades y cómo se procesan en el día de la elección. Y lo que la reforma electoral puede poner en riesgo es justamente la neutralidad de las instituciones que las organizan y garantizan su legalidad.

No es necesario tener una mirada aguda para entender el patrón: el presidente ha tomado cada una de las piezas de nuestra organización política y de Estado para debilitarlas en su calidad de contrapeso. Empujó una pieza de dominó, y cada una en la larga fila ha ido cayendo. Insisto: sin que los mexicanos digamos nada.

La pieza que se sostiene con más gallardía es la del INE, porque es una construcción que parte de un consenso político que fue madurando a través de los años. No fue impuesta por un grupo de tecnócratas: fue construida con actores políticos y de la sociedad a través de los sexenios. El PRI de antes (no el refundado en Morena) tenía un ADN de sobrevivencia con resquicios de visión de Estado. Por eso optó por un camino de negociaciones incrementales, que llevaron a una nueva forma de organización electoral, con más autonomía con respecto al gobierno, lo que permitió romper las amarras que tenían a la sociedad mexicana sujetada bajo el yugo de un partido hegemónico que ya no podía sostenerse frente a una sociedad viva y plural. Me pregunto ¿qué hubiera sucedido si el PRI no hubiera concedido espacios a la oposición a través de distintas reformas políticas? ¿Cómo sería México si no se hubiera pactado la apertura de esos espacios? Tengo la certeza de que la olla exprés hubiera estallado.

El presidente López Obrador, con su propuesta de reforma, quiere empujar a la sociedad mexicana de regreso al espacio de una olla de contención. Es tan astuto en su comportamiento político y en el uso de las palabras, que nos está metiendo en ella hábilmente, aprovechando el desencanto hacia los resultados de sucesivos gobiernos bajo la democracia. Sin embargo, lo que en realidad ofrece es cortar nuestros espacios de elección, conquistados por todos. No pretende mejorar la democracia.

La democracia mexicana no es perfecta. Y los mexicanos, con sabiduría, sabemos reconocer qué le duele. El Informe País 2020 que publica el INE en alianza con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), con la colaboración de otras instituciones, es toda una iniciativa de construcción de ciudadanía, que busca fortalecer el espacio cívico y la democracia, al tiempo que presenta la opinión de los mexicanos respecto a distintos ámbitos del comportamiento cívico. La opinión que expresa, como digo, es sabia, y en ella podemos leer que el problema de la democracia no es el INE, que goza de abrumador apoyo. Son la pobre representación política que nos ofrece el sistema, el clientelismo y la corrupción los que no permiten que se logre el proyecto cabalmente. Los mexicanos lo tenemos claro. No seremos presa de quienes nos venden espejitos.

Fuente: El Financiero