Si en estos días usted decide encender el televisor, escuchar la radio, ir al cine o hacer pesquisas en internet, inevitablemente se topará con alguno de los 11 millones de spots con los cuales partidos políticos y autoridades electorales bombardearán a los mexicanos durante los siguientes tres meses de precampañas y campañas electorales. Las promesas de los partidos, el discurso envalentonado y las sonrisas blanquecinas de los precandidatos contrastan con el hastío de una ciudadanía que frente a los casos recientes, evidentes y documentados de corrupción, no obtiene más que impunidad.
En este contexto, ¿la lucha contra la corrupción puede inclinar la balanza?.
Existe la idea de que para los  mexicanos votar es una rutina más. Convencidos de que los políticos no cambian, de que todos roban y de que los votos se venden al mejor postor pareciera que existen pocos incentivos para emitir el voto. Y sin embargo, las estadísticas muestran que por convicción, derecho conquistado o esperanza, los mexicanos siguen acudiendo a las urnas (63.08% según el último proceso electoral federal). Aunque en contextos y regímenes diferenciados, en 2014, el tema de la corrupción inclinó la balanza en procesos electorales de otros países. En Brasil, la derrota del PT en Sao Paulo se le atribuyó al escándalo de corrupción del ‘mensalão’(mensualidad) cuyos responsables provenientes de ese partido acabaron en la cárcel. Las protestas callejeras del 2013 y el escándalo Petrobrás, casi le cuestan la reelección a Dilma Rousseff quien finalmente apoyó la investigación del caso, hizo públicas las denuncias y se vio obligada a lanzar una cruzada contra la corrupción.
En Rumania, tras una campaña llena de escándalos, el favorito Víctor Ronda fue acusado de tráfico de influencias y de violar la constitución. Su rival, el socialdemócrata Klaus Iohannis logró movilizar el voto de los jóvenes, el urbano y el de los migrantes a través de una campaña centrada en la buena gestión –probado con su experiencia como exalcalde de Sibiu- y en el combate a la corrupción a través de una legislación que aumentara la independencia judicial y los contrapesos a los poderes públicos.
En Sri Lanka, Maithripala Sirisena logró ganar la presidencia y quitarle el tercer mandato a Rajapaksa  luego de proponer un programa de gobierno sustentado en el combate a la corrupción (aunque él mismo provenía de ese gobierno). Finalmente, en España, Podemos, partido nacido de la movilización ciudadana, logró convertirse rápidamente en una opción de confianza electoral al impulsar una agenda en la cual se incluía la defensa de derechos sociales y el combate a la corrupción.
En México, la incógnita es si en el contexto actual, se votará por inercia en una elección de continuidad, habrá una realineación o si la indignación de las últimas movilizaciones se podrá manifestar en las urnas a través de una elección crítica que modifique el paisaje en el Congreso y en las entidades federativas. Como sea, en el siguiente periodo de sesiones, los partidos tendrán que ofrecer algo más que promesas y spots. Y es ahí que la aprobación del sistema nacional anticorrupción –con todos sus componentes- podrá, tal vez,  inclinar la balanza.