En México creemos con frecuencia que somos únicos, que nuestra singularidad nos distingue. Basta levantar la mirada para constatar que lo que aquí sucede tiene amplias conexiones con el mundo.

Donald Trump es un ex presidente con gran popularidad. A pesar de los juicios, sus mentiras probadas, su admiración por líderes autoritarios, su machismo, su discurso polarizante y discriminatorio, y hasta un intento fallido de golpe de Estado, sigue liderando las encuestas para la próxima elección presidencial. “Yo soy su voz, su guerrero, su justicia” ha dicho a sus seguidores durante la campaña. Para muchos, Trump representa un cambio radical frente a la oferta de las élites políticas tradicionales.

¿Qué esperar de un segundo mandato presidencial de Trump? Las respuestas están desde hace tiempo en su página de internet. Pero sus intenciones van mucho más allá. Busca acumular poder para que su visión se convierta, sin obstáculos, en realidad. Y hay una estrategia cuidadosamente diseñada para lograr este propósito. Aquí algunos elementos.

Primero, un gabinete leal que despliegue su agenda sin reparos legales o políticos. Un gabinete que diga que sí. Junto con lo anterior, el despido de cientos de servidores públicos de carrera, de todos los niveles, para reemplazarlos por personas designadas políticamente que se plieguen a su voluntad. Además, eliminar cualquier fuente de autonomía en el poder ejecutivo, afectando las facultades de las agencias reguladoras independientes como la EPA, la FCC, la FTC e incluso la Reserva Federal. Al respecto ha dicho: “Ya no se permitirá que los miembros no electos del pantano de Washington actúen como la cuarta rama de nuestra República”.

Esto tendrá consecuencias inmediatas en las políticas públicas. El ejemplo más extremo será la política migratoria donde se esperan deportaciones masivas, campos de detención y militarización de la frontera, todo sin huella del debido proceso. Pero será solo el principio. Trump también quiere acabar con la autonomía que tradicionalmente ha gozado el Departamento de Justicia y convertirlo en un instrumento para perseguir a sus rivales.

Detrás de todas estas acciones, está la doctrina que considera que el presidente encarna la voluntad popular, y por ello debe controlar y dirigir todas las funciones ejecutivas (unitary executive theory). Esta doctrina se probará en la Suprema Corte donde es probable que existan suficientes votos de los Justices conservadores para apoyarla.

Esto no es imaginación. Una serie especial del podcast The Daily del New York Times y el libro The Divider de los periodistas Baker y Glasser lo documentan ampliamente. El futuro de la democracia americana, cuyos pilares son las elecciones y los pesos y contrapesos institucionales, está en manos de los electores. Lo mismo sucede en México. Ambas enfrentan el desafío populista. Saque usted, amable lector, sus conclusiones para el próximo 2 de junio.

Fuente: Milenio