Comenzaron las campañas electorales y el panorama resulta desolador. Ya es un tópico decir que los partidos políticos mexicanos son de ínfima calidad. Me dirán que en todo el mundo democrático la ciudadanía suele quejarse de la zafiedad del debate político y del bajo nivel de sus partidos y seguramente si volvemos la mirada hacia otras democracias latinoamericanas sintamos aún más grima. Lo de Perú, por ejemplo, es tristísimo y lleva a reflexionar de nuevo sobre el desastre que ha significado para las democracias latinoamericanas la inercia institucional presidencialista. Pero como aquí nos tocó vivir, no es consuelo pensar que se podría estar peor.

Lo que ocurrió con los partidos mexicanos es catastrófico. La descomposición del PRI era de esperarse, pues el cemento que lo cohesionaba era la conservación del poder. De ahí que no sorprenda la defección generalizada para saltar al nuevo vehículo del oportunismo político, Morena, donde se sienten en casa, pues no es más que una franquicia para llegar al poder, donde basta con ser leal y disciplinado al presidente en turno, como en los viejos buenos tiempos. Quienes se quedaron con la marca agonizante han buscado las alianzas para intentar sostener las plazas que les quedan en los gobiernos locales, pero nada garantiza que los diputados que lleguen por ese partido a la próxima legislatura sirvan de valladar a la embestida autocrática de López Obrador. Dada la consistencia ideológica y ética característica de los priistas, es probable que mas de uno acabe sumándose a la mayoría y sirva al proceso demoledor de la democracia pluralista en el que se ha empeñado el Presidente. El PRI, lo sabemos, no es de fiar.

El PAN –supuestamente el partido más institucionalizado en nuestro páramo partidista– no supo leer el batacazo sufrido en 2018 y no vivió un proceso de renovación interna que le diera nuevos aires y articulara una oposición seria al Gobierno desde la derecha. Su discurso es cansino y su conservadurismo, ese sí auténtico, es un lastre para convertirse en una opción de futuro, después del fracaso de los dos gobiernos surgidos de sus filas. Su participación a la cabeza de la sopa de letras de la alianza opositora es un pretexto ideal para el discurso presidencial de polarización, pues en efecto aparece como un intento por volver al statu quo previo, contra el que votó una abrumadora mayoría en 2018. Sin una autocrítica profunda, un relevo serio en la dirección y un proceso de reelaboración programática, Acción Nacional tampoco podrá presentarse en el corto plazo como alternativa. Para mí nunca ha sido una opción de voto, pues defiende principios ideológicos antagónico a los míos en temas cruciales.

El caso del PRD es especialmente lamentable. Un partido siempre lastrado por su dependencia de los caudillos que lo encabezaron, primero Cuauhtémoc Cárdenas y después López Obrador, cuando se libró de ellos no pudo transitar hacia una formación de izquierda socialdemócrata, atrapado en redes de clientelas y secuestrado por una camarilla en extremo limitada y ambiciosa. Los líderes de los despojos del PRD no tuvieron la visión de emprender un proceso de refundación que cediera el registro al surgimiento de una izquierda democrática amplia, con un nuevo nombre y con nuevos liderazgos. Aferrados a su parcela de rentas, van a hundirse en el naufragio del que en su día fue el proyecto electoral más relevante de la izquierda. Su apuesta por la sopa de letras los ha dejado sin identidad y dudo que siquiera mantengan el registro. El puñado de diputados que obtengan, si logran rebasar la barrera del tres porciento, tampoco garantiza firmeza frente a los cantos de sirena de la captación morenista, con excepción del grupo irreconciliable con el Señor del Gran Poder.

La apuesta de Movimiento Ciudadano por presentarse como tercera vía me parecía sensata. Quise ver en la estrategia una apuesta por captar el voto progresista desencantado con López Obrador y aumentar su presencia en la Cámara de Diputados para desde ahí ejercer una oposición responsable y propositiva, firme frente a la andanada autocrática, a partir de la cual pudiera construirse la opción socialdemócrata que México necesita: crítica con el fracaso del régimen de la transición, pero irreductible en la defensa de los avances democráticos, con una agenda de reforma para crear un auténtico estado de bienestar y de defensa de los derechos constitucionales de todas las personas que, en su diversidad, constituimos esta nación de naciones. Sin embargo, me siento decepcionado.

La revisión del desempeño de los legisladores de MC durante los últimos tres años muestra un comportamiento errático y condescendiente con los despropósitos presidenciales. Desde su apoyo a la contrarreforma educativa, en 2019, hasta la imperdonable votación de sus diputados esta misma semana por la entrada de los secretarios de la Defensa Nacional y de Marina al Consejo General de Ciencia y Tecnología, en abono de la militarización del país promovida por el actual Gobierno, el comportamiento de MC en el Congreso tampoco resulta confiable. Si bien el partido se abrió a candidaturas jóvenes, con una agenda progresista, quienes encabezan sus listas en los lugares relevantes, con pocas excepciones, son sus cuadros de siempre y sus candidaturas a gobernadores son lamentables, con excepción de Ruth Zavaleta en Guerrero. En mi estado, Campeche, el candidato es competitivo, pero ha defendido zarandajas como el dióxido de cloro para prevenir y curar la COVID-19, con lo que perdió mi voto, aunque ninguno de los otros contendientes sea elegible desde mi perspectiva: la inefable Layda Sansores y el irrelevante sobrino del presidente nacional del PRI con nombre de actorcillo televisivo.

Como están las cosas, el principal adversario de Morena es Morena mismo. El papelón de su candidatura en Guerrero, el oportunismo descarnado de su líder, sus conflictos internos, el desaseo con el que fueron designados sus candidatos, se suman a la inepcia y la arrogancia del Gobierno que sustenta. El desastre evidente de la gestión de la pandemia, la crisis económica y las veleidades autocráticas del Presidente obligan a votar contra ese partido. El problema es que las opciones resultan bocados indigestos. Una vez más, mi voto será vergonzante.

Me quedo con la campaña que falta, la encabezada por Nosotrxs, con una agenda de paz y de defensa de los derechos constitucionales para todas las personas. Una campaña que no pretende conquistar votos sino conciencias. Esa es la que asumo hoy como mi causa, en medio de la borrasca que amenaza con arrasar con todo y dejar al país en ruinas.

Por: Jorge Javier Romero

Fuente: Sin Embargo